IMPACTO Y LOCURA EN EL PRIMER SHOW DE ROSALÍA

El primero de los dos espectáculos agotados en el Arena de Buenos Aires se planteó como la reconfirmación de que estamos frente a una estrella pop global, con una cabeza diferente para plantear (y plantarse) sobre el escenario. Rosalía hace y deshace; Rompe y arregla, y carga la cruz a lo largo de dos horas de música, donde su voz y su carisma son protagonistas excluyentes en un paisaje minimalista, solo acompañado por ocho bailarines y un camarógrafo (coreógrafo) que resalta cada aspecto, cada mirada, cada intencionalidad de sus canciones con una textura cinematográfica.
Su presencia, que por momentos imposibilita ver lo que sucede (pero a la vez, lo magnifica), no solo se utiliza como distracción para plantear el próximo movimiento sino que parece una crítica a cómo se consume los shows hoy, inmersos en una generación decidida a vivir a través de las pantallas y una artista dispuesta a alimentarlos.
El tour de force propuesto por Rosalía comenzó con una versión arrolladora de “SAOKO”, siguió con “CANDY”, aprovechó el meme en “BIZCOCHITO” y llegó a romperse en baile en “La Fama”. Cuatro canciones, sin respiro, tapado por los gritos generales, hasta el quiebre.
La intencionalidad de subir y bajar no es menor, porque propone un concierto en el que las emociones del público se mueven a su gusto y voluntad. A los motopapis que danzan a su alrededor los maneja de acuerdo a la intensidad de las canciones, les propone el modo selfie y aprovecha la interacción con las múltiples cámaras para construir un recital movilizante, que te fuerza a poner el cuerpo. No hay manera de salir indemne de este lugar.
En medio de un sonido de moto, Rosalía y los bailarines ingresaron al escenario enfundados en trajes negros, con unos cascos lumínicos y movimientos como si fueran insectos robotizados. La gran ovación llegó cuando la artista se sacó el casco y arremetió con "Saoko".
A partir de allí, las siguientes dos horas fueron un sube y baja de emociones, con pasajes que transitaron desde los mas radicales ritmos urbanos a boleros "cortavenas", con escalas en la balada de corte más pop y, fundamentalmente, las tradiciones sonoras españolas. Así, el ambiente podía mutar del romanticismo al manifiesto empoderador o podía convertir el escenario en una suerte de tablado andaluz.